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I Festival Internacional

martes, 5 de enero de 2016

POETAS PARTICIPANTES: ANTONIO PORPETTA, ESPAÑA




ANTONIO PORPETTA, poeta y escritor, nació en Elda (Alicante) en 1936 y reside en Madrid. Su primer libro data de 1978. Desde entonces ha publicado una extensa obra de poesía, ensayo y narrativa.
Parte de su poesía ha sido traducida y publicada en formato de libro a diez idiomas, y una de sus antologías poéticas más extensas fue editada en sistema Braille por la Organización Nacional de Ciegos de España.
            Ha recibido prestigiosos galardones, entre ellos, los premios: “Fastenrath” (de la Real Academia Española), “José Hierro”, y “Ciudad de Valencia”, así como la “Orden de Don Quijote” (Lehman College, City University of  New York), por su intensa labor hispanista en instituciones académicas de los Estados Unidos.
            Desde 1984 ha desarrollado gran parte de su actividad pública fuera de España, con frecuente presencia en universidades y centros culturales de muy diversos países de los cinco continentes como conferenciante, lector de poesía y director de seminarios de iniciación poética.  
En el año 2012 recibió el "Premio de las Letras" de la Comunidad Valenciana, concedido, según reza el correspondiente Decreto de la Presidencia de la Generalitat, "como reconocimiento a su obra literaria y a su dedicación para el acercamiento y disfrute del lenguaje y la sensibilidad poética".
Antonio Porpetta es también Licenciado en Derecho y Doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y Miembro Correspondiente de las Academias Norteamericana (Nueva York) y Guatemalteca de la Lengua Española.

UN DÍA
 

Un día. Sólo un día. Casi nada.
Un montón ordenado de minutos,
un simple recorrido
por la redonda senda
estelada de números y dudas.
Una pizca en el torrente
voraz del universo.
Una huella en la niebla,
un humo que se marcha,
un vuelo ya olvidado
de aquel insecto mínimo
cuyo nombre jamás preguntaremos.

Y sin embargo, siempre, nuestra vida,
acaba siendo un día, sólo un día,
un día irrepetible ocupando su centro
y una serie de años sin sentido
sirviendo de ropaje a su memoria.
Es aquel claro día
en el que amanecemos al asombro,
porque todo es verdad a nuestro paso,
y sin ira miramos el espejo,
y por primera vez nos descubrimos
como queremos ser:
indemnes,
                    plenos,
                                    limpios,
                                                     libres,
                                                                   nuestros.

                                                          

ÁNGELES DEL MAR


Los ángeles del mar, cuando llega la noche,
arrastran suavemente a los ahogados
hasta playas amigas,
y allí limpian sus cuerpos de algas y medusas
y peinan sus cabellos con esmero
para que no parezcan tan difuntos
y sus madres, al verlos,
                                   no piensen en la muerte.
A veces depositan sobre sus pobres párpados
dos sestercios de plata recogidos
de algún pecio profundo
para borrar el miedo de sus ojos
y que el asombro vuelva a sus pupilas,
o ponen en sus manos caracolas y pétalos
como si fueran niños que dormidos
quedaron en sus juegos.
Finalmente, con leves movimientos,
abanican sus rostros muy despacio
y ahuyentan de sus labios las últimas palabras
dejándoles tan sólo los nombres de mujer…
Casi siempre suplican a los altos querubes
que trasladen sus almas con cuidado,
porque el mar dejó en ellas
salobres arañazos,
golpes de barlovento, heridas abisales,
y en el más largo instante
vieron como sus vidas se alejaban, se hundían,
en el temblor callado de las aguas,
y con sus vidas iba su memoria,
y en su memoria todo cuanto amaron
o pudieron amar,
                                     y su dolor fue grande…
Cumplida su misión, vuelan los ángeles
hacia las blancas ínsulas del sueño,
y los ahogados quedan
                                              solitarios y espléndidos
en sus dorados túmulos de arena,
serenos como dioses,
                                           dignos en su derrota,
esperando que nazca la mañana,
que les cubra la luz,
que jamás les alcance
                                             el frío del olvido.         
 


RETRATO EN AMATISTA


Dices muerte, y en tu palabra asoma
la cicatriz, el hielo,
la plenitud solemne de algún muro
que nunca sabrá nadie dónde fue construido,
qué jardines oculta,
qué regiones ardidas aprisiona.
A su conjuro acuden los pájaros más tristes,
se posan en tus manos
y derraman sus cánticos de luna
sobre tu piel que nace cada día.
                                                                Siempre
vence lo oscuro:
el grito de la ausencia, con su herida
tan honda y rescatada,
                                               las pequeñas memorias
que el viento disemina como humildes cenizas,
la serpiente del frío
con sus ojos abiertos de carcoma.
                                  
Pero la muerte tiene
sus anchas claridades, universos
de ámbar, playas inagotables
de arenas como estrellas
donde el sol es más justo
y el mar lleva en sus alas un perfume
de inaccesibles rosas
que imanta y enamora.
¡Ah, su limpio lenguaje,
                                                su mirada de madre
cuando entorna la vida entre sus brazos,
su sonrisa
tan pura y duradera!
Todo en ella es silencio,
prudente caminar entre los árboles,
pradera, junco, sueño,
                                              cauce, vuelo de abejas,
lentísima esperanza.
                                           Triunfa
desde todas las sombras,
pero guarda sus cálidos secretos
en la hermosa amatista de sus labios.
                                  
… ¿Y después? ¿Y después?...
La duda es una música
que lame nuestras médulas
con sus garfios de sangre:
Quizás sólo la noche.
Quizás un ancho río
                                         de orillas serenísimas.
Quizás una dolida, inmóvil carcajada.          
                                                   (De Los sigilos violados)  

           

PROPUESTA
 

Hay que recuperar
el tacto de la fiebre y el color de las noches,
la antigüedad del bronce y el aroma del llanto,
el grito de las águilas y el sabor del silencio,
la timidez del aire.
Hay que recuperar
la humildad de los astros y el sonido del hambre,
los caminos sin fecha y la altivez del junco,
los muertos renacidos y el susurro del puma,
la niebla en los vitrales.
Hay que recuperar
las verdes madrugadas y la sombra del río,
las campanas más tiernas  y las manos sin dueño
la semilla del agua y los pasos perdidos,
la danza de las naves.
Hay que hacer lo imposible por descubrir de nuevo
ese torpe milagro, ese absurdo prodigio,
esa hermosa miseria que llamamos la vida,
con todo su caudal de ardiente escalofrío.



                                     
COMPAÑERA DE LUNAS


                                                                                                    Para Luzmaría,
                                                                                                   in memoriam.



Despertar en tu sueño, y sentir que tus brazos
navegan lentos mares, descubren mundos nuevos.
Me refugio en tu aliento. Una lluvia cercana
nos revela que afuera puede acechar el llanto. 

Fluye de ti el silencio de esta casa-regazo,    
en sus blancas paredes tus perfiles evoco,
perfumas a tu paso la levedad del aire,
haces de cada gesto un pequeño milagro.

Vivir es una alegre aventura a tu lado,
en tus labios me esperan hondas constelaciones,
tus ojos acarician mis muros interiores,
en tus manos anidan los más serenos pájaros.

La clepsidra del tiempo deja caer los años,
pero tú sigues firme, ajena a vendavales,
viendo en cada ventana un paisaje distinto,
oyendo en cada rama un arcángel callado.

Compañera de lunas: todo está comenzando,
no hay nada que derroque la luz de esta mañana.
Háblame de la espuma, dime del universo:
cada vez que te escucho en tu voz me renazco.                                                       


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