ANTONIO PORPETTA, poeta y escritor, nació en
Elda (Alicante) en 1936 y reside en Madrid. Su primer libro
data de 1978. Desde entonces ha publicado una extensa obra de poesía, ensayo y narrativa.
Parte de su poesía ha sido traducida y
publicada en formato de libro a diez idiomas, y una de sus antologías poéticas
más extensas fue editada en sistema Braille por la Organización Nacional de
Ciegos de España.
Ha recibido prestigiosos
galardones, entre ellos, los premios: “Fastenrath” (de la Real Academia Española),
“José Hierro”, y “Ciudad de Valencia”, así como la “Orden de Don Quijote”
(Lehman College, City University of New
York), por su intensa labor hispanista en instituciones académicas de los
Estados Unidos.
Desde 1984 ha
desarrollado gran parte de su actividad pública fuera de España, con frecuente
presencia en universidades y centros culturales de muy diversos países de los
cinco continentes como conferenciante, lector de poesía y director de
seminarios de iniciación poética.
En el año 2012 recibió el "Premio de las Letras" de la
Comunidad Valenciana, concedido, según reza el correspondiente Decreto de la
Presidencia de la Generalitat, "como reconocimiento a su obra literaria y
a su dedicación para el acercamiento y disfrute del lenguaje y la sensibilidad
poética".
Antonio Porpetta es también Licenciado en Derecho y Doctor en Ciencias de
la Información por la Universidad Complutense de Madrid y Miembro
Correspondiente de las Academias Norteamericana (Nueva York) y Guatemalteca de
la Lengua Española.
UN DÍA
Un
día. Sólo un día. Casi nada.
Un
montón ordenado de minutos,
un
simple recorrido
por
la redonda senda
estelada
de números y dudas.
Una
pizca en el torrente
voraz
del universo.
Una
huella en la niebla,
un
humo que se marcha,
un
vuelo ya olvidado
de
aquel insecto mínimo
cuyo
nombre jamás preguntaremos.
Y
sin embargo, siempre, nuestra vida,
acaba
siendo un día, sólo un día,
un
día irrepetible ocupando su centro
y
una serie de años sin sentido
sirviendo
de ropaje a su memoria.
Es
aquel claro día
en
el que amanecemos al asombro,
porque
todo es verdad a nuestro paso,
y
sin ira miramos el espejo,
y
por primera vez nos descubrimos
como
queremos ser:
indemnes,
plenos,
limpios,
libres,
nuestros.
ÁNGELES DEL MAR
Los
ángeles del mar, cuando llega la noche,
arrastran
suavemente a los ahogados
hasta
playas amigas,
y
allí limpian sus cuerpos de algas y medusas
y
peinan sus cabellos con esmero
para
que no parezcan tan difuntos
y
sus madres, al verlos,
no piensen en la muerte.
A
veces depositan sobre sus pobres párpados
dos
sestercios de plata recogidos
de
algún pecio profundo
para
borrar el miedo de sus ojos
y
que el asombro vuelva a sus pupilas,
o
ponen en sus manos caracolas y pétalos
como
si fueran niños que dormidos
quedaron
en sus juegos.
Finalmente,
con leves movimientos,
abanican
sus rostros muy despacio
y
ahuyentan de sus labios las últimas palabras
dejándoles
tan sólo los nombres de mujer…
Casi
siempre suplican a los altos querubes
que
trasladen sus almas con cuidado,
porque
el mar dejó en ellas
salobres
arañazos,
golpes
de barlovento, heridas abisales,
y
en el más largo instante
vieron
como sus vidas se alejaban, se hundían,
en
el temblor callado de las aguas,
y
con sus vidas iba su memoria,
y
en su memoria todo cuanto amaron
o
pudieron amar,
y su dolor
fue grande…
Cumplida
su misión, vuelan los ángeles
hacia
las blancas ínsulas del sueño,
y
los ahogados quedan
solitarios y espléndidos
en
sus dorados túmulos de arena,
serenos
como dioses,
dignos en su derrota,
esperando
que nazca la mañana,
que
les cubra la luz,
que
jamás les alcance
el frío del olvido.
RETRATO EN
AMATISTA
Dices
muerte, y en tu palabra asoma
la
cicatriz, el hielo,
la
plenitud solemne de algún muro
que
nunca sabrá nadie dónde fue construido,
qué
jardines oculta,
qué
regiones ardidas aprisiona.
A
su conjuro acuden los pájaros más tristes,
se
posan en tus manos
y
derraman sus cánticos de luna
sobre
tu piel que nace cada día.
Siempre
vence
lo oscuro:
el
grito de la ausencia, con su herida
tan
honda y rescatada,
las pequeñas memorias
que
el viento disemina como humildes cenizas,
la
serpiente del frío
con
sus ojos abiertos de carcoma.
Pero
la muerte tiene
sus
anchas claridades, universos
de
ámbar, playas inagotables
de
arenas como estrellas
donde
el sol es más justo
y
el mar lleva en sus alas un perfume
de
inaccesibles rosas
que
imanta y enamora.
¡Ah,
su limpio lenguaje,
su mirada de madre
cuando
entorna la vida entre sus brazos,
su
sonrisa
tan
pura y duradera!
Todo
en ella es silencio,
prudente
caminar entre los árboles,
pradera,
junco, sueño,
cauce, vuelo de abejas,
lentísima
esperanza.
Triunfa
desde
todas las sombras,
pero
guarda sus cálidos secretos
en
la hermosa amatista de sus labios.
…
¿Y después? ¿Y después?...
La
duda es una música
que
lame nuestras médulas
con
sus garfios de sangre:
Quizás
sólo la noche.
Quizás
un ancho río
de
orillas serenísimas.
Quizás
una dolida, inmóvil carcajada.
(De Los sigilos violados)
PROPUESTA
Hay
que recuperar
el
tacto de la fiebre y el color de las noches,
la
antigüedad del bronce y el aroma del llanto,
el
grito de las águilas y el sabor del silencio,
la
timidez del aire.
Hay
que recuperar
la
humildad de los astros y el sonido del hambre,
los
caminos sin fecha y la altivez del junco,
los
muertos renacidos y el susurro del puma,
la
niebla en los vitrales.
Hay
que recuperar
las
verdes madrugadas y la sombra del río,
las
campanas más tiernas y las manos sin
dueño
la
semilla del agua y los pasos perdidos,
la
danza de las naves.
Hay
que hacer lo imposible por descubrir de nuevo
ese
torpe milagro, ese absurdo prodigio,
esa
hermosa miseria que llamamos la vida,
con
todo su caudal de ardiente escalofrío.
COMPAÑERA DE
LUNAS
Para Luzmaría,
in memoriam.
Despertar
en tu sueño, y sentir que tus brazos
navegan
lentos mares, descubren mundos nuevos.
Me
refugio en tu aliento. Una lluvia cercana
nos
revela que afuera puede acechar el llanto.
Fluye
de ti el silencio de esta casa-regazo,
en
sus blancas paredes tus perfiles evoco,
perfumas
a tu paso la levedad del aire,
haces
de cada gesto un pequeño milagro.
Vivir
es una alegre aventura a tu lado,
en
tus labios me esperan hondas constelaciones,
tus
ojos acarician mis muros interiores,
en
tus manos anidan los más serenos pájaros.
La
clepsidra del tiempo deja caer los años,
pero
tú sigues firme, ajena a vendavales,
viendo
en cada ventana un paisaje distinto,
oyendo
en cada rama un arcángel callado.
Compañera
de lunas: todo está comenzando,
no
hay nada que derroque la luz de esta mañana.
Háblame
de la espuma, dime del universo:
cada
vez que te escucho en tu voz me renazco.
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